Ya en el lejano 2013, salían en los medios algunos de los rostros más conocidos de la oligarquía española, presidentes de bancos y de empresas del IBEX35, anunciando el fin de la crisis y el inicio de la “recuperación”. Esta euforia, que dejaba perplejo al ciudadano de a pie, no era injustificada, ni mucho menos. El Gobierno de la derecha velaba por ellos, cargaba la factura de la deuda y del déficit del Estado al ciudadano de a pie; legislaba para abaratar el despido, y permitía a los grupos de inversionistas privados ligados a la oligarquía la apropiación de bienes públicos mediante las privatizaciones. En definitiva, los hacía más ricos aún.
La oligarquía española estaba contenta y no era para menos porque disponía de todo un Estado y de sus recursos al servicio de la rentabilidad de sus empresas y de sus negocios. Mediante un gobierno inclinado a sus intereses políticos y económicos, podía aprovechar en beneficio propio una importante partida de inversiones a cargo de los Presupuestos Generales del Estado y, si era necesario, hacerse rescatar sus negocios ruinosos. ¡Qué más podía desear la oligarquía española, sino la edad dorada que le brindaba el Gobierno en medio de los años de plomo de la crisis!
¿Edad dorada para la oligarquía? ¿Para toda la oligarquía del Estado español? No, en un rincón de la geografía hispana hay una oligarquía que “tuerce el morro”, no está precisamente satisfecha. Poca inversión del Estado en el territorio, negocios que se escapan por falta o por negación de una partida presupuestaria, promoción de Madrid como centro financiero y económico del Estado o los consabidos ataques a sus bases ideológicas, al catalán y a la autonomía política. La oligarquía catalana empieza a tener la sensación de estar ninguneada. El españolismo rampante de la mayoría absoluta, de la derecha española nunca bien reciclada de sus tics autoritarios, asentada como siempre en sus reales autocráticos, sin ninguna intención de contemporizar o buscar una solución pactada; esa que ante un huracán político dice a los vientos que respeten la legalidad… Sí, la de siempre, va y saca pecho, y con su mala folla secular, se dispone a negar el pan y la sal de la identidad y la autonomía fiscal de Cataluña y así darle el toque al nacionalismo catalán, al que quería ajustar cuentas desde que eran oposición en tiempos de ZP.
El Govern de Catalunya no dispone de una Hacienda como la del Gobierno español: Los impuestos propios, los cedidos por el Estado, la participación en los grandes tributos estatales, además de tasas y rendimientos procedentes del patrimonio de la comunidad, incluido el cobro de multas, no dan bastante para echar dignamente una mano a las élites económicas autóctonas. Históricamente, el catalanismo de derechas, que ha gobernado casi siempre en estos 40 años de régimen borbónico, ha sido una gran fuente de negocio para la oligarquía catalana. La extinta CiU siempre hizo catalanismo económico, sea mediante privatizaciones, concesiones, concertaciones, licitaciones, o incluso leyes especiales con concesión de privilegios a la oligarquía propia. Pero en tiempos de crisis y recortes, cuando hay menos dinero público y los empresarios conectados al Govern quieren ganar por un igual o más, las soluciones de siempre no sirven y menos si dependes para todo lo económico del Estado.
En este momento, ni la oligarquía ni el gobierno de la derecha política catalanista habían descubierto todavía el independentismo, pero sí que lo había hecho la gente. El municipalismo y el asociacionismo cultural catalán llevan mucho tiempo haciendo actos, demostraciones y consultas independentistas a nivel local. En principio, como reacción a la ofensiva anticatalana del Gobierno del PP contra el Estatut de 2006 y las medidas re-centralizadoras, pero también como respuesta social a la crisis económica. El Pueblo catalán siempre fue por delante de su clase política y de su gobierno que, en ese momento, estaba más preocupado en gestionar la crisis y en aplicar sus propias medidas de recortes (cierre de centros de salud y reducción de las ayudas públicas de la Generalitat, etc.) que en elaborar una propuesta propia distinta al mero seguidismo de la política neoliberal de Madrid.
La sentencia del TC contra la reforma del Estatut de Cataluña de 2006 sería el primer episodio del reencuentro con el independentismo del partido de Mas, CDC. Sin proponer un federalismo asimétrico (la máxima aspiración de autonomía política teorizada hasta el momento por el catalanismo de derecha) el Estatut se le aproximaba mucho. Pero fue, en definitiva, por la presión popular y del asociacionismo catalán los que, con la masiva manifestación independentista del 11-S de 2012, desbordaron la política de los partidos nacionalistas tradicionales de Cataluña (CiU y ERC), que tuvieron que cambiar su estrategia política y reconvertirse al independentismo en un corto espacio de tiempo. Pocos días después aquel 11-S Artur Mas presenta su propuesta de Pacto Fiscal en el Congreso de los Diputados, último intento para dar satisfacción a la oligarquía catalana y de reconducir la situación, antes de decidirse a tomar la vía independentista.
Con el Pacto Fiscal, Cataluña quería recaudar y gestionar todos los tributos mediante una Agencia Tributaria propia, estableciendo un mecanismo para traspasar a la Generalitat las competencias y los medios de la Agencia estatal en Cataluña. Se trataba de invertir los papeles que desarrollan Estado y Generalitat y que ésta última actuase únicamente como recaudadora. En resumidas cuentas se trataba de conseguir más dinero para el Pueblo catalán, pero sobre todo para ayudar a sus propias élites. En otra lectura, poner al Govern, en el papel económico del Estado, disponiendo de más recursos para salvar, si era preciso, los negocios y la rentabilidad de las empresas de su propia oligarquía. Perdida esa posibilidad, por la oposición del Gobierno del Estado a aceptar el pacto fiscal, la oligarquía catalana y su partido oficial CDC., abocados por las circunstancias, vieron en las aspiraciones del pueblo, o parte de él, siempre honesta y categóricamente independentista, una vía de acción política alternativa.
La historia se repetía. Como cien años atrás las élites políticas y económicas de Cataluña hallaron en las esencias y los valores nacionales del pueblo y en sus movimientos políticos y culturales estrategias y argumentos para marcar su propio perfil político frente a Madrid. Y dieron el visto bueno a sus partidos para proseguir con este proceso político. De tal manera que se puede decir que se ha producido la conjunción histórica para que un proceso político de esta índole pueda producirse e incluso triunfar: La que se produce entre el pueblo o una parte y las élites o una parte de ellas para tirar adelante un proyecto nacional independiente.
Llegado este momento toca hacer la pregunta del millón: ¿Acabará Cataluña independiente o no? Lo que está claro es que una parte de la oligarquía catalana y buena parte de la clase política no quieren la situación actual. Con independencia o sin ella, hay un mínimo que se pretenden garantizar: su autofinanciación con la gestión total de la economía del Principado y el reconocimiento jurídico de la “Nación catalana”. Consideran que el gobierno de Rajoy ha sido un gestor nefasto por lo que respecta a Cataluña y quieren blindarse constitucionalmente ante la posibilidad de que detrás de este venga otro gobierno de España igual o peor.
El modelo del pacto fiscal, por una parte, que hubiera supuesto un estado de semi-independencia para Cataluña, dado su potencial económico, y un escenario inaceptable para el gobierno de Madrid, y la definición jurídico-legal de la Nación catalana y el blindaje del catalán, por otra, que quería salvar el idioma frente a las amenazas re-unificadoras de los gobiernos centrales de turno, son valores que chocan con los principios axiales del españolismo que se encargaron de plasmar en la constitución con los recurridos conceptos de “solidaridad entre comunidades”, “oficialidad y obligatoriedad del castellano” y de “la unidad e indivisibilidad de la Nación española”. El españolismo no quiere oír hablar de dos naciones en España y menos piensar en soltarle a la otra una parte de la caja. No va con su dogma, antes preferiría una sola aunque más pequeña.
Creo que una parte de las élites no ve desdeñable cualquier salida incluida la independencia, primero, por la imposibilidad de reconciliar una solución pactada con el españolismo dada su cerrazón dogmática y afición al ordeno y mando y, segundo, porque ningún momento histórico anterior ha sido tan favorable como este para Cataluña, aun pendiendo la amenaza de su salida de la UE.
El independentismo catalán no es una cabezonería de Mas ni de Junqueras, no sería entendible. De hecho el españolismo lo presenta como una boutade catalana “incomprensible”. El independentismo es un síntoma más del hartazgo que la crisis, los recortes y la gestión del gobierno de Rajoy ha provocado en la ciudadanía. En el resto del Estado la respuesta ha sido la búsqueda en otras alternativas políticas en frente a los partidos tradicionales, en Euskadi la bondad del Concierto Económico permite dejar el independentismo en la fresquera, pero en Cataluña por razones históricas, culturales y por el componente nacionalista, hay una mayoría está optando por la secesión. Cabe imaginar cuanto de grande ha debido ser ese hartazgo para que subiera tanto en la escala social, y las élites catalanas se pongan a seguir (o a permitir) al pueblo, aunque sea por los motivos siempre egoístas de la oligarquía. Lo más interesante del proceso va a ser ver en que momento estas élites van a darse la vuelta…
Arnau de Borau
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