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Ponencias Asambleya Cheneral d’Estau Aragonés (Borradores) 4.- Aragón ante el proceso soberanista de Cataluña.-

La ofensiva re-centralizadora de la derecha española, muy ideologizada, en contra del catalanismo político, y los recortes presupuestarios, con los consecuentes problemas de financiación de la Generalitat, están en el origen de la actual crisis entre el Estado español y Cataluña. La crisis económica generalizada y el hecho de que la actual política del Estado respecto a Cataluña se perciba como una agresión, hacen concebir a una buena parte de la ciudadanía de Cataluña que, sin el resto de España, le iría mejor.

El independentismo en Cataluña siempre se movió en el terreno de lo plausible, pero hoy, con un amplio apoyo social, a pesar de que el proceso para llegar a un Estado propio está por definir, lo pone ya dentro del ámbito de lo probable. El independentismo tiene prisa. La fecha de 2014, con la simbología de los 300 años desde la perdida de las instituciones políticas del Principado, marcará el punto de inflexión con algún acto claro en favor de la independencia, sea consulta, elecciones plebiscitarias o declaración unilateral; más allá de la cual, el movimiento no querrá prolongarlo porque sería a costa de perder fuelle. Las leyes re-centralizadoras como la LOMCE y los 1.700 millones de € que Cataluña ya no percibirá del Fondo de Compensación Interterritorial pondrán a la Generalitat en una situación jurídica de ilegalidad, sino de franca rebelión, y en un estado financiero muy apurado. Se vislumbra una salida en formato “choque de trenes”, tras unas elecciones europeas plebiscitarias y una posible declaración unilateral de independencia el próximo verano.

El movimiento independentista catalán cuenta con un factor que juega a su favor, siquiera de manera indirecta. El área Península Ibérica-Magreb es, desde los años 70, un espacio tutelado. Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Alemania han estado de acuerdo desde entonces en que la prioridad es evitar un conflicto de alta intensidad sea civil o internacional en este área o, cuando menos, que la intensidad de cualquiera de los que se pueda plantear, no sobrepasen unos máximos que puedan desestabilizarla. Ese ha sido su plan. La Transición política en España, el “necesario alineamiento” que significaba el ingreso en la OTAN y la CEE, incluso la manera como se planificó y llevó a término el incruento golpe de Estado del 23-F, y, si me apuran, hasta la charlotada de la “reconquista” de la isla Perejil durante el Gobierno de Aznar, estaban en consonancia con esta doctrina. Marruecos era la otra pata del plan y el Sahara ex-español fue el caramelo para comprar la alianza del Sultán, la tranquilidad y el status quo en el estrecho de Gibraltar, vía de paso naval para auxilio del bastión israelí.

Siglo y medio de convulsiones, guerras y sangre parecen definitivamente arrinconadas en la Historia de España por obra y gracia de los intereses geoestratégicos de las potencias occidentales sobre la Península. Quizás Artur Mas lo sepa y no vaya tan de farol, ni se trate esta vez sólo de una cuestión de dinero como puedan creer en Madrid. Se sabría protegido de represalias por esta doctrina e iría a conseguir el Estado propio. Del después y de la relación con la UE, si al final se llega a algo, no hay nada cierto. Las potencias occidentales, por simple diplomacia, no se van a definir hasta que Cataluña sea sujeto de Derecho Internacional y deje de ser  una “cuestión interna” española, es decir, hasta ver la conclusión de un proceso permitido, al que seguramente ya le han marcado los márgenes; siempre que encaje como democrático, y cuente con un amplio respaldo popular. Los socios europeos van a estar en la penumbra, en la segunda fila de observadores, y van a dejar que las partes se sienten a la mesa, jueguen sus bazas, hagan sus envites, pero sin permitir una nueva Yugoslavia.

La pregunta es, ¿cómo se verá afectado Aragón por este proceso?

Si el independentismo catalán no se desvía de su hoja de ruta es probable que los límites orientales  de Aragón se conviertan en una frontera internacional. Por la proximidad geográfica, por las relaciones económicas y por los vínculos históricos e incluso familiares de la emigración en Cataluña, la independencia de Cataluña no es una cuestión que pueda soslayar en Aragón. Ahora bien, todo lo que se pueda decir es especular con cualquier escenario imaginable y entrar en el terreno de la auténtica política-ficción… ¡O quizás no!

Parece que algunos de nuestros políticos esperan los beneficios del “efecto frontera”. El llamado efecto frontera realmente no es más que un índice entre lo que se produce y lo que se vende al extranjero y denota una economía con buena salud. Cada euro que se factura fuera tiene más valor en términos de competitividad que el que se obtiene en el mercado interno. Aragón, que hoy por hoy ya dispone de un buen índice, incrementaría su efecto frontera si el 20% del tráfico comercial total de Aragón, que se dirige actualmente a Cataluña, pasará a tener consideración de “exportaciones”.

Una Cataluña independiente, con un alto nivel de vida, puede ser un gran mercado exportador para Aragón. No tenemos ninguna duda que en un hipotético marco como este el empresariado aragonés tendrá mucho interés en cuidarlo y no romper relaciones con Cataluña. En general, será toda la sociedad aragonesa la que tendrá interés en no perder el contacto con una sociedad realmente avanzada y desarrollada, en lo político y en lo económico, tan próxima a nosotros, progresista y con una mentalidad muy distinta a la que existe al otro lado del Moncayo.

En Estado Aragonés pues consideramos con cierto fundamento  el optimismo de algunos por ese “efecto frontera”. Ahora bien, para que el efecto frontera funcione, para que Aragón se beneficie de una indudable ventaja estar a las puertas del mejor mercado peninsular y más cerca que nadie del mercado europeo, haría falta que el españolismo se adaptase a las  nuevas circunstancias y aceptase la nueva situación con una actitud abierta, intentando mantener y cuidar los vínculos que seguirían existiendo con Cataluña, que no serían pocos. Algo que, dado el componente ideológico del españolismo, va a ser harto difícil, por no decir que imposible.

De mano de la economía vendrán las filias y las fobias, y desde luego la fobia al movimiento catalán desde Aragón no estaría justificada desde el punto de vista práctico y sólo podría venir de un sector ciudadano y funcionarial foráneo, que ha hecho de la secular y ribereña rivalidad catalano-aragonesa un medio para el predicamento del anti-catalanismo más feroz. No deberíamos permitir que conviertan la sociedad aragonesa en punta de lanza frente al nacionalismo catalán. Los aragoneses no somos la tropa de choque del españolismo. Nunca debemos de poner nuestras propias y particulares diferencias con Cataluña en alianza con el anti-catalanismo, destilado en los cenáculos madrileños donde se cuece el españolismo más acérrimo y destructivo y sus sucursales en Aragón. Unas y otro no son la misma cosa y desde luego su confusión iría en detrimento de las causas pendientes con Cataluña y los intereses generales de Aragón.

La tentación del Estado español será aislar a Cataluña, para lo que el españolismo utilizaría a Aragón como trinchera ideológica, económica y social, primera línea de defensa contra la República catalana; check-point desesperante al paso de mercancías y personas y trabas fiscales al comercio; lugar donde promover un estado de opinión contrario a lo catalán, implicando la destrucción de los lazos familiares y de origen entre Aragón y Cataluña. Un área dónde el españolismo querría llevar a cabo nuevos experimentos de ingeniería política, social y económica, como los que han convertido a Aragón en una sociedad semi-colonial durante decenios.

Pero dudamos que la Unión Europea permita al Estado español aislar a Cataluña y mucho menos que colabore en ese sentido. No nos hagamos ilusiones, no se va a construir por ello una travesía transpirenaica central para llegar a Francia sin pisar Cataluña, que sería una manera de aislarla. Para eso se necesitaría la colaboración de Francia, que difícilmente entrará en el juego del españolismo.

En definitiva, el Estado español y Cataluña se verán seguramente obligados a colaborar en un espacio creado bajo los auspicios de la UE. Enemigos sí, pero colaborando en un espacio económico. A pesar de ello, Aragón sufrirá la más que probable política anti-catalana en un panorama de conflicto de baja intensidad, mantenido por un españolismo en pie de guerra, que tendrá mucho de ideológico y propagandístico. De alguna manera, Aragón recuperará el viejo papel histórico de ser el campo donde se dirimen los conflictos entre el centro y la periferia. Aragón pagará su proximidad, sus vínculos históricos y sufrirá los daños colaterales que la presión del Estado español pueda ejercer sobre Cataluña.

En el plano puramente político, una Cataluña fuera de España, dejará de desempeñar el papel de poder territorial y político contrapuesto al Centro. Se perderá un factor democratizador de la política española y los deseos del españolismo de hacer un bloque monolítico de lo que quedase de España se verían libres de su principal impedimento. La independencia de Cataluña sería paradójicamente el mayor triunfo del españolismo para poder hacer de España lo que quisiera. Nos tendremos que olvidar incluso del federalismo, resucitado actualmente por la Izquierda del Régimen para darse perfil político ante la crisis territorial del Estado y para desbaratar la estrategia del independentismo en Cataluña.

La tentación de re-centralizar el Estado español sería muy grande y la ocasión muy propicia con la escusa de la crisis de fondo. Es aquí donde Aragón más perdería. Pero sólo si lo permite… El presente status quo es el mínimo imprescindible para poder hacer políticas propias. La existencia y funcionamiento de las instituciones aragonesas marca la entidad política del grupo humano aragonés y es lo único que nos pueda salvar de caer en ser nuevamente, la “mula de carga de España”. Que hoy por hoy la autonomía de Aragón no llega a más, sólo es un “problema ideológico” de los partidos gobernantes y de su toma de decisiones, no es un problema de la propia autonomía. Los que abogan por la supresión de las autonomías empiezan por intentar confundir ambas cuestiones.

España sin Cataluña podrá ser lo que sea, pero Aragón, si permanece dentro de España, deberá mantener como mínimo su régimen actual de autogobierno con opciones a más. La sociedad aragonesa deberá plantear conflicto al Estado ante cualquier atentado a la autonomía política. Es una conquista histórica del Pueblo aragonés, no un regalo del Estado centralista borbónico; así debe entenderse y como tal se debe defender. Constituye el patrimonio político del Pueblo aragonés, muy mejorable sí, pero que habría que defender por cualquier medio admisible, ante cualquier intento de abolición, disminución o bloqueo. ¡Es una cuestión de supervivencia! ¡No “más” Decretos de Nueva Planta para Aragón!

Llegado el momento, si el Gobierno español quiere imponer un nuevo “decreto de nueva planta” y la disolución de la autonomía, las instituciones tendrían que resistir negándose a ser disueltas, movilizando a la ciudadanía si es preciso. Las Cortes o parte de los diputados tendrían que hacer en ese momento profesión de soberanía (que la tienen, como asamblea territorial y política elegida por toda la ciudadanía): hacer declaración solemne de desligarse de su vínculo legal con las Cortes españolas, declararse las únicas y legítimas representantes del Pueblo aragonés soberano y proceder a redactar una constitución. Para esto no es necesario que las Cortes de Aragón estén llenas de independentistas, basta que la Ciudadanía y las propias Cortes comprendan que Aragón no se concibe ya sin su propio gobierno. ¡Nosotros, soberanistas de EA estaremos allí para recordarlo!

Por tanto, el Pueblo aragonés también se juega mucho con la independencia de Cataluña. Independientemente de las tensiones por asuntos puntuales que se puedan tener con esta tierra vecina. A Aragón se le plantearán nuevas disyuntivas, algunas muy graves, en un futurible Estado español sin Cataluña. Todas las energías que los nacionalismos español y catalán gastan ahora en oponerse el uno al otro se verán derivadas: en Cataluña, removidas las estructuras de dependencia y ya sin la obligación de redefinirse continuamente frente al centralismo, a asuntos realmente productivos, seguramente a organizar su economía. Pero en España, que seguirá siendo un Estado plurinacional, deficientemente democrático, oligárquico, monárquico, borbónico y corrupto, a esquilmar a la clase trabajadora, a continuar con su particular lucha contra la periferia, al expolio y la tarea ideológica de convencernos de que “estamos obligados a considerarnos españoles”; todo dirigido especialmente contra lo que ellos denominan la España asimilada, es decir, Aragón. Nuestra tarea será entonces hacerle entender al españolismo que en Aragón no estamos “tan asimilados” como creen.

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25-N ¿Qué va a pasar con Cataluña?

Las elecciones catalanas del próximo 25 de noviembre es un hecho con una trascendencia única en los últimos 300 años. Por primera vez el partido de la burguesía catalana (Convergencia i Unió) concurre con la propuesta inimaginable tan sólo hace 2 años: “Dotar de estructuras de Estado para Catalunya”. Artur Mas no quiere pronunciar la palabra independencia, seguramente para no encasillarse y cerrarse las salidas, pero todo el mundo lo interpreta así y, en ese sentido, se lo toman también dentro de su propio partido.

El independentismo ha dejado ser un mero sentimiento popular, dicho sea de paso bastante extendido en Catalunya (metido en la nevera desde que se constituyó su CA) para ser el tema central de la campaña electoral del 2012. Nadie sabe hasta dónde llegará Mas, tampoco si va a poder controlar el proceso o si se le va a escapar de las manos. Mas se está esforzando y lo está demostrando… Visto que no va a sacar nada en España por la cortedad política que demuestran los partidos centralistas, amparados en el discurso de una interpretación legalista del texto constitucional y en una visión unitarista del Estado, está jugando la carta europea e internacional. Es un buen vendedor, es por ahí por donde puede tener éxito.

Los charlatanes mediáticos del españolismo ya han augurado grandes males para una Catalunya independiente: que bajará un 20% el PIB de Catalunya, que se marcharán las 13.000 empresas exportadoras, que hará falta pasaporte para ir de Barcelona a Zaragoza, que no dejarán usar el euro en Catalunya, que no podrían pagar ni a pensionistas ni a parados, que provocará una fractura en la sociedad catalana y un sinfín de desgracias más. Una cosa es cierta, que la Unión Europea no tiene previsto un procedimiento legal que contemple procesos de independencia dentro de los Estados de la propia UE. Por no haber, no hay ni siquiera una respuesta unificada respecto a lo que se debería o podría hacerse en estos casos. Las dudas no se plantean sólo por el caso de Catalunya sino también por procesos independentistas similares, como el de Escocia o posiblemente el de Bélgica. Vacío legal absoluto. ¡Ya se verá lo que se hace!… Por si el Reino Unido de hace un hueco dentro de la UE a Escocia, la caspa españolista ya está borrando similitudes entre Escocia y Catalunya.

Lo cierto es que la UE no va a permitir que Catalunya se convierta en la Corea del Norte de Europa y mucho que se levante un muro entorno a ella para ahogarla económicamente, como parece que le gustaría al españolismo más ultra. Eso queda para Extremo oriente y para la Cisjordania palestina. Tampoco permitiría una solución de fuerza pues eso sería nefasto para el futuro del Estado español en la UE (España ha entrado en un club donde las soluciones militaristas no serían admitidas). El Estado español sería arrojado al Tercer Mundo, a ser un paria internacional y al aislacionismo. El método previsto en el art. 155 de la Constitución descartado también pues su aplicación aceleraría el proceso de independencia y meter a Mas en la cárcel como hicieron con Companys, como propugnan desde la Tele casposa, pues tampoco es un método de recibo.

El españolismo mediático augura una “fractura social” de la sociedad catalana, entendido, parece ser, como un enfrentamiento apocalíptico entre ciudadanos catalanistas y ciudadanos españolistas, que marcarían sus diferencias, según ellos, por el origen o el nacimiento del ciudadano o ciudadana de Catalunya que se trate. Dicho de otra manera, un enfrentamiento entre el catalán viejo (descendiente de catalanes) y el catalán nuevo (el nacido fuera o de padres que nacieron fuera de Catalunya) así funciona esas mentalidades. Nada le gustaría más al españolismo que una división en plan Bosnia de la sociedad catalana. La rotunda realidad, (que el españolismo desconoce o que no quiere comprender) es que en Catalunya el origen es poco determinante a la hora de afiliar a la ciudadanía al catalanismo sociológico o al españolismo militante. Podemos estar hablando de primeras o segundas generaciones de catalanes simpatizantes del movimiento independentista cuya última decisión sólo podría depender de la condición de que la ruptura no fuese traumática (condición que, dicho sea de paso, vale igual para los catalanes de siempre). En Catalunya no hay una separación tajante como parece haber en el País Vasco. En Catalunya se admiten diferentes maneras de entender el catalanismo político y se acepta la pluralidad de orígenes e identidades.

El catalanismo sociológico atempera la posible radicalización del político e impregna todo el discurso, incluso el de los partidos declaradamente españolista. La corrección del PP catalán, por citar un ejemplo, a la hora de no ofender la catalanidad de la gente y encauzar sus particulares diferencias políticas siempre referidas a los líderes políticos nacionalistas (todo expresado en lengua catalana normativa), roza la exquisitez si lo comparamos con sus correligionarios de Madrid, que con sus soflamas son capaces de ofender a amplios sectores sociales de muy diferente adscripción política de Catalunya. Recordemos al ministro de educación Ignacio Wert y su deseo de “españolizar a los niños catalanes”. El desconocimiento sobre la realidad social catalana en la política de Madrid es absoluto, para desespero de los que llevan la estrategia política del PP de Catalunya. El desembarco e intervención de políticos del Centro en la campaña electoral ha permitido oír lo más rancio de los alegatos anticatalanistas habituales en las tertulias de bares, sobremesas y borracheras de Madrid.

Las “cloacas del Estado” también se han metido en campaña a través del medio involucionista “El Mundo” que, en el mejor método fascista, han hurtado el discurso de los partidos para confusión de los electores y han llevado el debate político a las acusaciones de corrupción. El españolismo y la derecha juegan cada vez más sucio en un sistema cada vez más desacreditado.

Hoy el “xarnego”, ya no es el emigrante de los años 60 y 70 o sus descendientes, Hoy es un tipo humano al que ya no le pesa su origen para decantarse políticamente. Está integrado en la sociedad catalana, es practicante del ciclo de las tradiciones y la cultura catalana en incluso algún reconocido xarnego forma parte de la iconografía catalana y catalanista. Tanto que incluso el término xarnego, en sus diferentes acepciones, hoy ha desaparecido del vocabulario de la gente. La identificación es tan alta hasta el punto que “el voto xarnego” decidiría en una hipotética consulta sobre la independencia. Veríamos a muchos Joans, Oriols o Jordis Romero Benítez votando sí.

El gran conflicto de una Catalunya independiente estaría no en el plano se la identidad, sino en el de lo social: que el gobierno y la oligarquía catalana quieran hacerle pagar la crisis y el coste de la independencia (o del “Estado propio) a la clase trabajadora catalana. Históricamente la fuerza del Estado español ha servido a la burguesía catalana para reprimir las revueltas populares en Barcelona con un instrumento del que carecía y, por otra parte, su pertenencia al “mercado español” le ha permitido vender su producción en momentos que no lo hubiera hecho en ningún otro sitio. Está claro que el ciclo histórico ha cambiado y que la oligarquía-burguesía catalana así lo considera. No ve hoy en la clase obrera un poder que la pueda desbancar del poder y con su potencialidad económica y el prestigio ganado en el exterior, ve más rentable perder un poco de mercado en España y ahorrarse el gasto que supone la dependencia administrativa, que lo contrario.

La decisión de Artur Mas ha sido cocinada en un corro muy selecto y, que la patronal catalana no se haya pronunciado claramente, no significa que no haya participado y que no esté de acuerdo. Una parte del empresariado más local sí, y ha dicho que está de acuerdo con el proceso que abre el proyecto “Un Estado propio para Catalunya”. Mas no dará puntada sin hilo, no está sólo, el dinero le apoya, y es por ahí por donde le da miedo a Madrid.

¡Los tiempos dirán!

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Impresionante 11-S

La respuesta de la ciudadanía catalana a la plataforma cívica Assemblea Nacional de Catalunya ha sido rotunda. Y el mensaje que le ha transmitido al gobierno de Rajoy, el PP y al entorno de la derecha española es que, de suprimir o siquiera de reducir el Estado autonómico, no sólo que no, sino que debe ampliarse, por lo menos por lo que respecta a Catalunya.

Veo muy difícil que desde la derecha española, y también desde los más conspicuos centralistas de la izquierda estatal, sepan tratar el asunto mucho mejor de como lo han hecho históricamente; con el consabido posado desdeñoso y la indiferencia que se adopta desde la Corte de Madrid sobre las cuestiones de la periferia, donde todo les parece folclore o cabezonería de los indígenas de las colonias. Así perdieron su Imperio y así perderán sus Provincias. De momento lo único que parece es que no quieren entenderlo. “No es tiempo de algarabías” dijo Rajoy, ese señor, un memo, que piensa que todos debemos quedarnos en casa aguantando con paciencia sus recortes y pagando sus impuestos sobredimensionados. ¡Todo el mundo entiende y asume que este sacrificio es necesario!

Que no entiende lo que ha pasado en Catalunya, está claro y así lo demuestra cuando dice “Yo respeto la forma de pensar de cada quien y no tengo ningún comentario que hacer sobre la manifestación”. Este tío no se ha enterado bien de la jugada. O, contrariamente a lo que ha demostrado hasta ahora, se convierte súbitamente en un halcón (se permite la risa), demuestra que es muy hábil (carcajadas desde la grada) y le concede al gobierno de Artur Mas el Pacto Fiscal, es decir, la soberanía fiscal que le reclama, a fin de desmontar el órdago que le ha montado, o Catalunya realmente puede adoptar, aunque todavía quede mucho por decir, el camino de la independencia.

El partido de la oligarquía económica catalana, también llamado CiU, es poco de fiar. Esta súbita mudanza al independentismo resulta sospechosa. No sería la primera vez que le hace una maniobra al mismo pueblo que lo ha llevado al gobierno y que, una vez obtenido el Pacto Fiscal, si lo obtiene, le diga al pueblo catalán que: ¡Això ara no toca!… Y es que es que en CiU son muy aficionados a lo que llaman por allí a fer la puta i la Ramoneta (la dualidad catalana, una jugada a dos cartas, ir con dos barajas, una buena y una mala, etc.). Jordi Pujol, jubilado de sus responsabilidades políticas que no de santón de la política catalana, fue a la manifestación. Cuando gobernaba, alguna vez también gustó de jugar con un cierto ruido de independentismo de fondo, aunque siempre acabó bajándole el volumen. ¡Ara no és el momento de parlar d’això! –dijo durante 22 años.

¿Pero qué piensan los catalanes…? Una cosa está clara, a nivel de calle, después de agitar banderas esteladas y acabar con los pies hechos polvo después de tres horas de aguantar en pie, disuelta la adrenalina, pocos deben creer realmente que la independencia pueda resolver el problema de fondo: la economía… ¡Hombre, no! No queda claro que ingenuidad e independentismo vayan siempre de la mano, como aseguran en Intereconomía. A lo que si puede dar satisfacción la independencia es a que el problema pueda ser solucionado de muy distinta manera al que se ha planteado por el Gobierno de Madrid. Puede dar satisfacción al hecho de que no te impongan desde fuera la solución unos políticos centralistas que han sido malos gestores de la crisis, pero sobre todo de la “prosperidad”. Lo que también queda claro es que el catalán de a pie le achaca más los problemas económicos al Gobierno del Estado que a sus propios políticos y ven más culpable de los recortes a Rajoy que a Mas. Los Gobiernos de la Generalitat puede que no hayan sido buenos gestores del gasto, pero la realidad es que el control básico de la economía catalana corresponde al Gobierno del Estado y esto en la coyuntura de crisis actual puede llevarla a la catástrofe. No creo que haya que dar muchos detalles del porqué. Esto el catalán de a pie lo sabe y por eso la manifestación independentista del 11 de septiembre es más un acto de madurez política, digamos que de toma de conciencia de la situación y una posible solución, que de locura colectiva como quieren hacérnoslo creer. No, el Pueblo catalán no está flipando, sabe que o controla su economía o literalmente se va todo a la mierda. La Caixa todavía es solvente. Como actitud ante estos tiempos, es o agitar la bandera del independentismo o directamente ir a asaltar los supermercados (permítanme esta apostilla).

¿Y los aragoneses qué pensamos? Aquí no hay ni para una cosa ni la otra. Exageradamente acomplejados y paralizados por el shock que representa la crisis, esperar y aguantar todas las medidas que nos impongan con la esperanza de ver la salida del túnel. Es la trampa de la solidaridad constitucional que no permite ventajas a quien no lo ha hecho tan mal. Nos hemos creído el mensaje que sólo mediante sacrificios y el pago de todas las facturas e impuestos, que desde el Gobierno de Madrid nos ordenen, todos veremos un esplendoroso final de la crisis. Hay un gran engaño en esto, porque… ¿Sabemos lo que nos va a costar? Pues mucho más que a otros, por supuesto, dada nuestra ínfima capacidad de reacción. Nuestro escenario es el que describe nuestro compañero en el post “El Tocomocho de las Cajas españolas”. Estamos pagando la fiesta inmobiliaria que hubo por Valencia, Murcia y otras CC.AA. con nuestros ahorros a través de las Cajas de Ahorro aragonesas. El capital aragonés se está destinando ahora a unos menesteres que poco o nada tienen que ver con Aragón. Por no poder, “nuestros” políticos, que tienen representantes en las cajas, “no pueden” garantizar una gestión en función de las necesidades de Aragón. Tienen un perfil tan, pero tan bajo y tan subordinado que no podrían oponerse al Estado aunque quisieran. ¿Alguien se acuerda de aquellas grandes manifestaciones antitrasvasistas de Zaragoza?, pues esto daría para eso y mucho más. El dinero se ha trasvasado mucho más fácilmente, no han hecho falta ni represas, ni canales. Al pueblo aragonés, desmovilizado, con una clase política incapaz e impotente, desinformado de lo que ha de contribuir él en particular para salir de la crisis de “todos”, le han levantado el dinero en sus narices y sólo le queda el duro trabajo y arrimar el hombro a una situación que no contribuyó a crear.

Desde Estau Aragonés siempre hemos mantenido que Aragón tiene títulos superiores sino iguales para reclamar lo que reclaman los catalanes. Somos países si no hermanos, sí parientes. Con muchos elementos concomitantes en nuestras respectivas historias. Pero los aragoneses jamás hemos sabido emplear esos elementos para demostrar que tenemos una opción política propia como nación o para separar por lo menos nuestras finanzas de las del resto del Estado. Tuvimos hacienda propia durante 700 años. Los catalanes en esto son maestros, pero como pasamos el día regañando de ellos parece que aborrecemos sus métodos, que podrían ser los nuestros, y no tomamos ejemplo. Luego tenemos que reclamar la propia existencia a la desesperada; ¡Teruel, existe!, fue un lema muy elocuente… Siempre hemos amado nuestro autogobierno; si no a los políticos que lo han gestionado, sí el concepto mismo de autogobierno. Y ha sido bueno para el balance final de Aragón. Nos han dejado hacer estos últimos 30 años y mira, ¡no lo hemos hecho tan mal!, a pesar de la extravagancia de la Expo. Como en el resto del Estado español esla Derecha quien más rechaza la autonomía, pero porque la ataca en el concepto mismo, la derecha es medularmente centralista.

Ahora que empezábamos a andar, después de 70 años, después de la dura postguerra, de la mucha represión social con la excusa del maquis, de la emigración a otras regiones, de la larga transición con su crisis en los 80, de las reconversiones, de las amenazas de los trasvases; ahora resulta que hay que ayudar a tapar los desastres provocados por los ineficientes gestores de la política y la economía española. Las caras cambian pero la ineficiencia sigue. La pertenencia a España nos sale muy cara a los aragoneses porque nos la estamos jugando con la jauría de depredadores de Madrid. Cuando un pueblo es trabajador, cuando ha sabido gestionar su autogobierno si no bien, mucho mejor que los demás. Puede reclamar más… Puede reclamar desprenderse del lastre que representa estar sujetos a España y sus políticas desastrosas (llevamos con ellos siglos de desastres). Una vez más han venido y han tomado lo que han querido, ¿y nos hemos levantado?, pues no… Pero nuestros primos los catalanes sí. Y eso debería dar más envidia que rechazo. Ellos ya han marcado su territorio y nosotros ni siquiera nos hemos despertado de nuestra indolencia.

Arnau de Borau

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